Saturday, December 25, 2004

Frontera escatológica

Para una persona tan dada a las situaciones más inospechadamente catastróficas, un viaje de Inter-rail es una fuente inagotable de anécdotas. Y como me apunto a un bombardeo, no pude dejar la ocasión de meterme en esa aventura mientras pasaba mi último año de carrera en Dublín. Una de las chicas que conocí en la residencia de estudiantes, me propuso hacer un viaje con el bono de Inter-rail durante el tiempo que teníamos de vacaciones en Semana Santa. Y la nena, sin pensarlo, dijo: "Cuenta conmigo". Inolvidable.

Podría escribir un libro con todas las situaciones en las que me vi involucrada durante ese viaje, pero iré poco a poco porque mi mente va mucho más rápida que mis pobres dedos al teclado.

En este caso, nos habíamos subido a un tren que nos llevaba hacia Italia. Estamos hablando de 1992 así que ni euro, ni libertad total de tránsito entre paises, etc, etc... ¡Ay qué mayor que soy!. Para ahorrar algo de dinero, de vez en cuando representábamos la imagen más arraigada de una película de Paco Martínez Soria y nos sacábamos la barra de pan con el queso y la navaja y nos preparábamos unos bocatas impresionantes que suponían la más lujosa comida.

Después de semejante pitanza, a mi me dieron unos apretones irreflenables y me fui disparada al baño. Después de descargar plácidamente un perfecto proceso intestinal, me levanto para tirar de la cadena cuando siento que el tren se para de golpe. Como no está permitido vaciar semejante mercancía cuando el tren está parado, me quedo muy quietecita dentro del diminuto servicio, con los aromas propios de las circunstancias, esperando a que el tren se ponga en marcha de nuevo. Pasaron unos segundos que a mi se me hicieron interminables.

De pronto, oigo unos golpes tremendos en la puerta. Pienso: "Pues vas listo si piensas que voy a salir dejando este panorama; espérate un poco a que pueda arreglarlo". Al poco tiempo, los golpes se hicieron todavía más violentos. Y antes de que pudiera decir nada para calmar a lo que yo creía que era un pasajero en apuros, oigo en una mezcla de italiano con inglés: "¡Politzia! ¡Open la porta!". ¡Dios! ¡Qué marrón! ¿Y ahora que hago yo?.

Resulta que acabábamos de llegar a la frontera y estaban haciendo el control correspondiente. Y, claro, resultaba sospechoso que alguien se hubiera encerrado en el baño. Allí me veis a mi, abriendo la puerta con cara de no haber matado una mosca (para mosqueados ya estaban ellos que pensaban que habían descubierto a un prófugo de la ley). Intenté explicarles la situación pero pronto me di cuenta, viendo sus caras, de que estaba estropeándolo todo porque resultaba tan ridícula como increible. Me empujaron hasta mi compartimento donde mi amiga me esperaba horrorizada preguntándome qué había hecho. A esas alturas, todo el mundo había salido de sus compartimentos y esperaban en el pasillo para ver quién era el peligroso delincuente. Habían hecho subir al tren a los perros para olfatear cualquier mercancía sospechosa. De pronto, uno de los animalitos, empieza a ladrarle a mi mochila. Me quise morir. De pronto me vinieron a la cabeza todas las noticias que había visto en la tele de inocentes muchachas a quienes les han colado drogas en sus equipajes en un momento de descuido. Ya me veía en una desoladora cárcel italiana rodeada de mujeres acusadas de todo tipo de fechorías. Una vez más, mi conexión con Bridget Jones hacía acto de presencia. A pesar del miedo que me dan estos perros, no me quedó más remedio que meterme en el compartimento y bajar mi mochila de la rejilla superior siguiendo las nada amigables órdenes del gendarme. Cada vez que abría una cremallera para vaciar el contenido, el corazón se agolpaba contra mis cuerdas vocales haciendo un lio terrible que apenas me dejaba hablar. Intimidad cero, por supuesto. Mis braguitas, sujetadores, compresas y demás elementos de uso personal quedaron expuestos a la vista de todos los presentes. Hasta que en uno de los bolsillos de la mochila descubrimos lo que llamaba la atención al maldito chucho: ¡una lata de paté!. Me entraron unas ganas de metérsela por el hocico (ya me está quedando esto bastante escatológico como para mencionar otra parte) !!!

Al final los policías se dieron por satisfechos después de la minuciosa revisión y se despidieron sin poder evitar que en su adusto rostro se dibujase una leve sonrisa de burla. Cuando todo el mundo había vuelto a su sitio, me desplomé agotada en mi asiento y una simple mirada hizo que mi amiga se ahorrara cualquier comentario (obviamente aprovechó varios momentos durante el viaje para reirse a gusto de la situación). El alivio que sentí no duraría mucho ya que aún me esperaban otros "incidentes" que describiré pronto.

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