Sunday, March 06, 2005

La nieta descarriada o la memoria de los peces

Mi abuela es un personaje de lo más peculiar. El día en que Dios repartió la mala leche, a ella, que había estado desde la noche anterior haciendo cola, le pilló entre las primeras de la fila, tocándole una de las mayores dosis del reparto. Siempre dije que se podría escribir un libro enterito sobre ella y que haría palidecer hasta la mismísima Bernarda Alba. De todas formas, le guardo cierto cariño. Entre otras cosas porque desde que se murieron mi tío y mi abuelo, entró en una fase entre demencia senil y alzheimer que la ciencia aún no acaba de delimitar.

Los domingos nos reunimos todos para comer en una especie de ejercicio de paciencia que mi padre y yo llevamos con cierta dosis de humor e ironía (única forma de subsistir a la que mi madre aún no le ha pillado el truco). Las conversaciones se convierten en un verdadero diálogo de besugos que no desmerecen en nada al guión de la película cuyo protagonista revive una y otra vez el día de la marmota (los que la hayan visto sabrán de qué hablo). El caso es que para algunas cosas (que no todas) el cerebro de mi abuela hace un reseteado del disco duro cada cinco minutos con lo que todo lo que se haya hablado hasta ese momento, queda en el espacio virtual del olvido. Entramos entonces en lo que yo llamo "bucles" de conversación que te hacen hablar del mismo tema cien veces pero manteniendo la frescura y espontaneidad de lo que no se ha mencionado nunca.

Uno de esos bucles era mi profesión. Un domingo mi abuela comentó:"Oye, nena, que estaba el otro día tomando el café con unas amigas y me preguntaron a qué te dedicabas. Como tengo esta cabeza, no supe explicárselo. ¿Tú que haces exactamente?". Le explico: "Pués verás, estudié Filología Inglesa, hice el doctorado, estuve dando clases de inglés durante más de diez años y desde hace un año y pico trabajo para una editorial". La explicación pareció dejarla convencida. Era un buen curriculum para explicar a sus amigas.

Al domingo siguiente, en medio de una de nuestras conversaciones intrascendentes, la oigo decir: "Oye nena, que estaba el otro día hablando con mis amigas y me preguntaron a qué te dedicabas, pero no supe decírselo. ¿Tú en qué trabajas?". Vale. Demasiada información el domingo anterior. Vamos a simplificarlo. "Pués verás; estudié inglés, di clases durante unos años y ahora trabajo en una editorial". Aha. Esta vez quedaba más claro.

Siguiente domingo, misma conversación intrascendente mientras vamos poniendo la mesa para comer. Ataca mi abuela. "Oye nena, que estaba pensando yo... que es que el otro día estaba con mis amigas y me preguntaron que en qué trabajabas......." Se me atragantó el trago de vino que me estaba tomando. Bien. Habrá que simplificar de nuevo. "Pués verás, daba clases de inglés pero ahora trabajo con libros". Aaaaaah. Ahora está claro.

Pero el bucle no había terminado. Duró dos domingos más en los que había conseguido reducir la información al mínimo. Y llegó un domingo más. Estábamos plácidamente sumergidos en nuestra conversación de siempre, yo apoyada en una esquina de la cocina, con mi copa de vino cuando oigo la voz temblorosa de mi abuela: "Oye, nena.....". NOOOOOO. No podía ser. Otra vez no. Mi cabeza se encargó de darle orden a mi boca antes de que yo pudiera reaccionar. De golpe me oi decir: "Puta, abuela, soy puta. Diles que soy puta". A mi explosión verbal le sucedieron unos segundos de pasmo (los ojos de mis padres se salían de las órbitas esperando la reacción de mi abuela) tras los cuales, ella empezó a reirse a carcajadas y con voz entrecortada por la risa pudimos oirle: "Uy, qué bruta que eres, madre". Carcajada de alivio general.

El caso es que no volvió a preguntármelo más. Siempre me quedará la duda de qué es lo que les contestó a las cotillas de sus amigas cuando le preguntaran a qué se dedicaba su nieta. Si alguna vez dando un paseo me cruzo con una ancianita que me mira con mala cara, ya sabré la respuesta.