Saturday, August 27, 2005

Vacaciones accidentadas

Teniendo esta capacidad para atraer situaciones surrealistas las vacaciones son el momento ideal para que me pase de todo. Hace dos años decidí aprovechar al máximo el tiempo libre del que iba a disponer. Organicé una apretada agenda en la que incluía una visita de dos días a un amigo en Alicante, una semanita en Palma aprovechando el premio de alojamiento gratuito gracias a tener a mi hermano viviendo allí y un recorrido final por el sur visitando también algunos amigos. Esto obligó a mis sufridas amigas de la agencia de viajes a pasar varias horas delante del ordenador intentando combinar vuelos y fechas.

Un día antes de iniciar mi periplo vacacional, me llama mi amigo levantino y me dice que le han enviado a cubrir una noticia fuera de Valencia y que no puede estar allí para cuando yo llegara. Esto alteraba los planes pero era demasiado tarde para poder reorganizar los vuelos así que decido buscar un hotel en Alicante. Empiezo a navegar por internet en una frenética lucha contra el tiempo. Estamos hablando de primeros de Agosto así que, para variar, la situación era tremendamente complicada. A las dos de la mañana consigo tener un listado de unos cuantos hoteles. Al día siguiente por la mañana me pongo a llamar a todos los hoteles. La cosa no iba bien. Ocupado, lleno, no hay plazas, lo sentimos, uy! para esa fecha imposible.... Al final, dos horas antes de irme para el aeropuerto consigo una respuesta afirmativa. Sí! Lo había conseguido. Posiblemente fuera un desastre de hotel pero me daba igual. Era solo para un par de noches y no estaba la cosa para ponerse selecta.

En el autobús de camino al aeropuerto voy repasando mentalmente los planes. Llegaría al aeropuerto de Valencia a la una de la mañana y de allí, un taxi me llevaría al hotel. Un momento... Valencia?. ¿Había dicho Valencia?. Nooooo. Mi vuelo llegaba a Alicante, no a Valencia. Ay Dios! ¿Dónde había reservado habitación? ¿En Valencia? Pero ¿por qué no puedo tener unas neuronas normales?. Vale, tranquila. Esto tiene que tener solución. Llamo inmediatamente a un amigo que sabía que estaba en casa estudiando para sus oposiciones. Le explico la situación. Sus carcajadas debieron traspasar los límites del teléfono móvil y extenderse por el autobús porque todo el mundo me estaba mirando. Le suplico que se meta en Internet y le localice un hotel en Alicante para esa misma noche. Cuando colgué aún podía oirle partiéndose de risa. Llego al aeropuerto, me subo al avión y cuando llego a Madrid para hacer el trasbordo, enciendo el móvil mientras rezaba a quien quiera que fuera el patrón de los imposibles. Emocionada, veo que tengo un mensaje de mi amigo. Hecho. Tengo reserva en un hotel a las afueras de Alicante. No sabía cómo era porque no había foto en la web pero había sido el único donde no se habían reido de semejante petición a esas alturas. Me invadió una sensación de alivio increible. La idea de encontrarme en el aeropuerto a la una de la mañana sin idea de dónde quedarme no me hacía ninguna gracia.

El resto del viaje fue más tranquilo. Ya había desaparecido la sensación de refugiada política. Al llegar, cogí mi maleta y me fui hacia la parada de taxis. Le dí al taxista la dirección del hotel. "¿Queda muy lejos?"- le pregunto. "Bueeno. Unos veinte minutos"- me dice con cara inexpresiva. Me iba a dejar un pastón en el taxi pero me daba igual. Sólo podía pensar en una reconfortante cama donde por fin descansaría después de un día tan agobiante. Empezamos a alejarnos del aeropuerto y poco a poco de todo signo de civilización. Veo delante una carretera estrecha y oscura. ¡Ay Dios!. ¿Dónde me lleva este hombre?. De pronto aparece a lo lejos la luz de una gasolinera. Aquella imagen me tranquilizó un poco. Por lo menos había gente por allí. El taxista me mira por el retrovisor y me dice que se va a parar en la gasolinera para preguntar por la dirección porque no estaba seguro. ¿Cómo no?. No podía ser de otra manera conociendo mi trayectoria. Aprovecho la parada para comprar algo para comer porque imaginaba que a las horas a las que llegaría al hotel no iba a encontrar nada abierto. Le indican la dirección. Estaba a unos cinco minutos de allí. Volvemos a la oscuridad más absoluta que quedó interrumpida al cabo de un rato por unas luces de neón que me dejaron helada. "Que pase de largo, que pase de largo"- pensé mientras cruzaba los dedos. Mi intento fue inútil. Veo que pone el intermitente y se adentra en aquel paraje de sospechosa apariencia. Antes de que pudiera decir nada, el taxista sacó mi maleta y una vez cobrada la tarifa se alejó dejándome sola ante el peligro.

Miré a mi alrededor. No se veía un alma. Apreté los dientes y me dirigí a una puerta que tenía un letrero de "recepción". Como respuesta a mi llamada, en lugar de abrirse la puerta se abrió un ventanuco que había al lado a través del cual sólo podía ver el torso desnudo de un peludo caballero con una enorme cadena de oro colgada al cuello. ¡Aquello no podía estar pasando!. Con voz de pocos amigos (la cara no podía vérsela) me pidió el carnet para hacer la ficha de la reserva. Lo que faltaba. ¿Iría a formar parte del listado de posibles concubinas?. Una vez terminado el trámite me da una llave y me indica el número del bungalow. Había que pasar por un parking donde vi varios coches de alto nivel. Bueno, anda, puticlub pero de calidad. Tras una escrupulosa revisión de la habitación y una llamada a mi amigo para acordarme de toda su familia, consigo quedarme dormida. A la mañana siguiente, me despiertan unos ruidos nada confusos en el bungalow de al lado. Curioso despertador. Me meto en el baño tapándome con la toalla porque justo en el medio había una columna de espejos y mi imaginación ya estaba jugando malas pasadas dibujando en mi mente la imagen de unas cámaras ocultas que harían que en unos días pudiera verme en alguna escabrosa página de internet en plena faena de lavado y restaurado.

Devolví la llave por el mismo ventanuco y salí de allí como alma que lleva el diablo. Al llegar a la carretera recordé que no había rastro de civilización hasta la gasolinera así que la imagen de la nena caminando bajo el sol por el arcén arrastrando la maleta podía ser el fotograma de inicio de cualquier película de Almodóvar. Cuando ante mis ojos emergió la silueta de la gasolinera me entraron ganas de besar el suelo pero el asfalto estaba en fase de ebullición así que desistí. Si además de venir de donde venía llegaba con los labios abultados a lo Esther Cañadas ya me iba a ser muy difícil explicar la situación para poder conseguir un taxi.