Saturday, April 16, 2005

It's NOT raining men

El otro día volvieron a emitir la película de mi peculiar alter ego: El diario de Bridget Jones. Ante la ausencia de otro plan más interesante (tónica demasiado frecuente últimamente) volví a verla. Sin embargo, en esta ocasión, en lugar de fijarme en los muchos aspectos que tenemos en común, me di cuenta de lo que nos diferencia.

Y es que me pierdo la mejor parte. En mi vida no hay ningún Mark Darcy esperándome en la calle para recompensar mi esfuerzo tras una frenética carrera desafiando el frío, con un largo beso mientras me protege con su abrigo (también es cierto que por muchas situaciones ridículas en las que me he visto involucrada, hasta ahora nunca se me ha ocurrido salir en ropa interior a la calle. A lo mejor voy a tener que planteármelo si las cosas se ponen muy desesperadas).

Sí que ha habido una larga colección de Daniels (personaje interpretado por Hugh Grant), encantadores de serpientes que me hicieron creer, durante diferentes lapsos de tiempo, que yo era realmente especial para ellos. Pero pronto se rompía el encantamiento por varios motivos (muchos de ellos coincidentes con el argumento de la película): o aducían sufrir un ataque de pánico ante la perspectiva de estar enamorándose perdidamente de mi (perdiendo así su adorada individualidad), o la idea de un futuro compromiso les producía de repente una aguda urticaria mental de la que sólo podían librarse huyendo despavoridos sin dar más explicaciones, o aparecía en escena otro personaje femenino relegándome a mi a un papel secundario con una poco favorecedora cornamenta.

Comparto con Bridget la sensación de bicho raro cuando acudo a las reuniones con los que ella denomina "los petulantes", es decir, las alegres parejas. Quiero muchísimo a mis amigos'as pero cuando estoy con ellos no puedo evitar sentirme como la eterna perdedora del juego de las sillas musicales. Cuando llegas a cierta edad y sigues soltera, despiertas en los que te rodean una tremenda curiosidad que les impulsa a formular una y otra vez la pregunta del millón:"Y tú, ¿cómo es que aún no tienes pareja?". En breve, esta cuestión aparecerá en los libros de Historia como uno de los grandes misterios de la Humanidad: el triángulo de las Bermudas, los agujeros negros y mi soltería.

Una amiga mía tiene una peculiar visión de cuál es el problema: la falta de visualización. Dice que tengo que visualizar qué es lo que realmente quiero y creer firmemente que va a suceder. Aparentemente, esta técnica le funciona muy bien cuando tiene que encontrar aparcamiento: visualiza el sitio donde quiere aparcar y lo encuentra. Me temo que no comparto esa postura tan optimista y, aunque la situación del aparcamiento en las ciudades se está convirtiendo en una misión casi imposible, sigo pensando que es mucho más factible aparcar en la mismísima puerta de mi casa que encontrar un hombre con el que pueda hacer realidad esa rima tan poco original del final de los cuentos (lo de ser felices y comer perdices). Y es que no, señoras, NO llueven hombres.