Thursday, May 08, 2008

La, la, la, larilo, la

Para renovar aquello de que “la religión es el opio del pueblo”, la televisión aporta un nuevo chute de droga dura. Existe el peligro de que a algún españolito de a pie le dé por cuestionar planteamientos tan surrealistas como que un trasvase no es un trasvase sino un alivio de stress hídrico, que una crisis no es una crisis sino una desaceleración de la economía, que el aumento del paro no es tal sino una ralentización de la incorporación al mercado laboral, etc.. etc..

Pero que nadie tiemble. Para que esto no ocurra y encontremos temas de conversación en nuestras tertulias, siempre viene bien enterarse de la última salida del tiesto de Risto en Operación Triunfo, hacer un buen análisis de la paliza que le dio el Madrid al Barça con pasillo incluido, saber si al final el vestido de boda de Belén Estaban lo van a confeccionar los siete enanitos en el nuevo taller que abrió Blancanieves o ver un nuevo capítulo del esperpento protagonizado por Pajares y toda la recua que le rodea. Y por si esos temas pudieran dejar algún momento libre a nuestras neuronas para realizar un análisis de otro tipo, no se preocupen que sacamos una nueva polémica. Pero no sobre un tema del año pasado, no. Que a lo mejor hay alguna forma de desmentirla y se nos acaba la cuestión antes de tiempo. Saquemos un posible soborno en un concurso de Eurovisión de hace 40 años y pongamos en la picota a Masiel, al Dúo Dinámico, a Iñigo y al mismísimo Franco (a ver si tiene huevos de levantarse a corroborar o negar las acusaciones). Y ¡hala! Ya tenemos tema de conversación para unas cuantas semanas. Parece increíble que a alguien pueda interesarle levantar el felpudo para ver si queda algo de porquería después de tanto tiempo (aparte de los rencorosos ingleses que se tuvieron que conformar con el segundo puesto). Menos aún siendo el único año en el que España tuvo algo que hacer en el mencionado concurso.

¿Que pudo haber algún chanchullo? ¿Y cuándo no? ¿Nos vamos a rasgar las vestiduras a estas alturas cuando Eurovisión ha sido siempre un ejemplo de influencias, de amiguismos políticos y geográficos, de decadencia musical hasta llegar al paroxismo del “chiquichiqui”? ¿Nos vamos a poner a hacer auditorías de todos los concursos de Eurovisión para estar entretenidos?

Y es que… ¡ay! ¿quién maneja mi barca, quién?

Sunday, March 23, 2008

Cero grados: ni frio, ni calor

Ese era el final de un chiste que me contaron hace tiempo y que estos días ha vuelto a mi memoria por razones diferentes. Nos estamos estancando en una tibieza contagiosa. Nos aislamos en nuestros caparazones y nos esforzamos en impedir que nada ni nadie nos saque de ese confortable estado de tibieza.

El pasado viernes encontraron a Francisco muerto en su casa. Para el grupo de personas que colaboramos en mi parroquia, Francisco era de sobra conocido. Un chicarrón alto, incluso con cierto atractivo, joven, siempre acompañado por su perro, un labrador negro al que cuidaba con mimo. Pero, a pesar de la descripción que acabo de hacer, Francisco estaba lejos de liderar el grupo de "jóvenes aunque sobradamente preparados y con futuro prometedor". Su futuro no podía ser prometedor mientras no fuera capaz de librarse de su dependencia al alcohol. Cuando llegó a la parroquia su estado era ya muy preocupante. Aún así, tenía ilusión, quería conseguirlo. Lo malo es que la ilusión muchas veces se desvanece ante la adicción y cada recaída dejaba su mente y su físico más dañados. El domingo se dio por vencido una vez más y se fue para su casa. Nadie supo más de él hasta que una vecina avisó a la policía porque llevaba dos días oyendo la televisión encendida.

La noticia cayó entre nosotros como un jarro de agua fría. Los que llevaban su caso, los responsables del centro donde intentaba desintoxicarse, los que le conocíamos de vista... Entre todos pululaba la duda de no haber hecho lo suficiente. Y la verdad es que no hicimos lo suficiente. Pero no solamente en el caso de Francisco. A nuestro alrededor podemos encontrarnos con muchos Franciscos. Hay mucha gente pidiendo ayuda a gritos. Pero o no les oímos o les oímos a medias, siempre y cuando no nos fuercen a salir de nuestra confortable tibieza cotidiana.

Pasamos por la vida cruzándonos con multitud de personas. Y digo "personas" porque el término "gente" hace que se diluya en una masa indefinida lo que en realidad es la suma de seres humanos con su identidad, con sus sueños, con sus problemas... En la sociedad de la tolerancia, del talante y de la Alianza de las Civilizaciones, resulta curioso que el mero hecho de saludar a un desconocido sea algo extraño. Nos costaría un gran esfuerzo saber cómo se llama la señora que limpia la oficina, el señor que nos vende el pescado, el vecino que nos encontramos de vez en cuando en el ascensor. Podemos pasarnos horas chateando a través de internet con gente a la que posiblemente nunca llegaremos a conocer en persona pero vamos perdiendo la capacidad de emocionarnos con el contacto directo, de preocuparnos por lo que sucede a dos metros más allá de nuestras narices.

Francisco llevaba colgada la etiqueta de "carne de cañón". Eso sí se nos da muy bien. Colocamos etiquetas contínuamente: "es un caso perdido", "no tiene los pies en la tierra", "es un idealista", "es un rebelde"... y de esa manera nos sentimos directamente exhonerados de cualquier responsabilidad porque, después de todo ¿qué podemos hacer nosotros?.

Rezaremos por Francisco y nos cuestionaremos ciertas cosas durante un tiempo. Pero al final, nuestra particular adicción a la comodidad y nuestra conciencia burocráticamente adormecida conseguirán devolvernos a ese estado de tibieza, de cero grados: ni frío, ni calor.

Sunday, December 03, 2006

¿Que confian en que..?? !!!

Una reciente encuesta publicada en los periódicos desvelaba una inquietante cuestión: los suecos demostraban tener más confianza en IKEA que en cualquier otra organización religiosa o política. La noticia me dejó perpleja, sobre todo teniendo en cuenta mi reciente experiencia con la susodicha cadena.

Cuando vives en un piso de alquiler, como es mi caso, recurrir a tiendas como IKEA parece una buena opción ya que cualquier desembolso puede llegar a ser innecesario en el momento en el que puedas acceder a la compra de un piso (especialmente si lo único a lo que puedes optar es a comprar un piso de 30 metros cuadrados a no ser que tengas algún conocido en Marbella al que no le haya tocado rendir cuentas en la operación Malaya vigésima quinta parte). Con mi bolsita al hombro y mi diminuto lápiz (para algo que te dan gratis...) me dispuse a vagar cual ratón de laboratorio por los recobecos de la impresionante nave de la que no puedes salir a no ser que la hayas recorrido en su totalidad. Y allí estaba una gran estantería que se asemejaba bastante a la idea que tenía en la cabeza. Estupendo! Ya tengo estantería. Y a un precio razonable. Bieeeen!

Mi emoción duró lo que tardé en encontrar a un amable encargado al que le pregunté si me la podían llevar a casa. Con una sonrisa Profident, que a la fuerza tenía que costarle al buen hombre agujetas al terminar el día, me dice que efectivamente me la pueden llevar a casa pero que tengo que encargarme yo de llevarla hasta la caja para efectuar el pago. Vamos a ver. Siendo la primera de tres hermanos, me encargué de la desagradecida tarea de agrandar la matriz materna para que mis futuros hermanos pudieran estirarse a su gusto y llegar a convertirse en jugadores de baloncesto. Pero yo me quedé con mi metro sesenta (sesenta y uno cuando me toca revisión médica, donde, toda digna, estiro cada músculo de mi cuerpo y levanto la cabeza hasta donde me da el cuello). ¿Cómo narices se supone que voy a poner en un carrito seis baldas de dos metros de largo que pesan un quintal? ¿Qué creen, que cuando entras en la zona de almacén sufres una transformación como la del increible Hulk? Mucho anuncio en televisión, mucho empleado que parece recién sacado de Barrio Sésamo ("ahora estoy aquí, tacacacacaca, ahora estoy allí, oferta especial de miércoles, cocinas") pero nadie parecía ser consciente de tan evidente desventaja. Al final, uno de ellos se apiadó de mi y se ofreció a bajar las cajas de las macro estanterías. El camino con el carrito hasta la zona de pago fue una odisea digna de otra entrada de blog completa: los extremos de las estanterías sobresalían por ambos frontales del carrito haciendo que mis brazos a duras penas llegaran al manillar con lo cual parecía que estaba haciendo estiramientos de gimnasia sueca (nunca mejor dicho) a la vez que tropezaba contra todo lo que se cruzaba a mi paso y me dejaba las espinillas cubiertas de moratones. Mientras disputaba esta pelea, otra idea me rondaba la cabeza: tengo que montar esta mole cuando consiga que me la lleven a casa!!

En fin. Teniendo esta experiencia en mente y por un simple ejercicio de sentido común, la noticia con la que inicié esta particular reflexión, me reafirmó en mi persistente sensación de que muy mal están funcionando las cosas para que se lleguen a conclusiones semejantes. Y un escalofrío me subió por la espalda cuando, de pronto, me pregunté ¿cuál hubiera sido el resultado si esa encuesta la hubieran hecho en España?

Sunday, April 23, 2006

Enredos en la red

Internet se ha convertido en una gigantesca agencia de contactos. Las pantallas de nuestros ordenadores se transforman en escaparates de posibles nuevas relaciones. Parece contradictorio que intentemos encontrar amistades o incluso medias naranjas encerrándonos en nuestras casas y protegiéndonos tras la aparente intimidad que proporciona una barrera de plasma.

Siendo curiosa por naturaleza, he visitado algunas de esas páginas en cuya publicidad aparecen cientos de caras felices que aseguran haber encontrado a su pareja ideal, a su amigo del alma o al compañero de viaje que siempre habían deseado. Tras el hipotético anonimato que te proporciona el uso de un nick (la elección del cual merece un capítulo aparte) y después de haber completado un perfil con datos en ocasiones ficticios o, cuando menos, demasiado generales como para que puedan definir a nadie, ya estás preparado para adentrarte en el misterioso mundo de los contactos virtuales.

Probablemente porque estaba pasando por un momento en el que mi autoestima y mi moral estaban algo decaídas, me enganché a la sensación de emoción que me daba el ver emergentes pantallas detrás de las cuales se escondían diferentes pretendientes que me dedicaban todo tipo de zalamerías. Debo reconocer que me daba cierto pudor confesarle a mis amigos esta adicción. Imaginaba su reacción y no quería enfrentarme a sus miradas inquisitivas. ¿Cómo puedes conocer a alguien normal a través de internet? ¿No ves que hay gente muy rara?. En parte tendrían razón. Pero después de todo, yo estaba allí y no me consideraba una persona rara ni una loca peligrosa así que, ¿por qué no iba a haber alguien como yo?. Al fin y al cabo, ¿no podía ser la aportación del nuevo milenio para ampliar los ambientes en los que podíamos conocer gente interesante?.

Sin embargo, después de un tiempo inmersa en la red, descubrí que este medio se había ganado a pulso la fama que tenía entre los neófitos. Pasé de ser una devota creyente a una feroz agnóstica. En honor a la verdad, debo reconocer que no todos los casos fueron catastróficos pero la estadística inclinó la balanza hacia la más aplastante versión de la ley de Murphy: si algo es susceptible de ir mal, irá peor.

Mi experiencia abarca varios casos: por un lado estaban los que se ponían en contacto conmigo buscando exclusivamente una relación sexual esporádica. Esto me dio qué pensar. Imaginaba que lo realmente complicado era encontrar a alguien con quien establecer una relación de futuro pero ¿resultaba tan difícil hoy en día encontrar a alguien con quien pasar una noche sin compromisos como para que algunos estuvieran dispuestos a recorrer kilómetros para conseguirlo?. Si el dicho popular de que por la noche todos los gatos son pardos era cierto (y más aún después de unas cuantas copas encima) ¿por qué tanto esfuerzo?. Aún así, al menos, no les faltaba sinceridad al exponer sus intenciones y no había lugar a engaño. Lo tomas o lo dejas. Peor resultaba el caso de aquellos que, tras un montón de conversaciones aparentemente sinceras y con un gran esfuerzo por resultar encantadores, sensibles e interesantes hasta conseguir un encuentro para tomar algo, dejaban ver que su intención no se diferenciaba en nada respecto a los primeros. Tan sólo se esforzaban un poco más en disfrazarlo.

Podría escribir todo un tratado sociológico con lo que he ido descubriendo en este tipo de páginas: hombres casados que querían redescubrir un momento de pasión sin que sus parejas se enterasen, hombres solteros profesionales que tan solo buscaban encuentros esporádicos, hombres solteros que tras el primer café te espetaban directamente que no aguantaban ni un minuto más de soledad y que querían casarse de inmediato para que alguien se encargara de la casa y les hiciera compañía, hombres que como foto de presentación exponían orgullosos su miembro erecto, hombres aficionados al sado, hombres que ni siquiera buscaban un encuentro cara a cara sino que querían mantener una relación sexual virtual a través de la web cam, e incluso mujeres que me alentaban a probar el cambio de acera si ya me había dado por vencida con nuestros congéneres masculinos.

Al final empecé a darme cuenta de que me daba cada vez más pereza iniciar una nueva conversación: presentaciones, ¿cuáles son tus hobbies? ¿vives sola? ¿a qué te dedicas? ¿cuántos años tienes? ¿cómo es que una chica tan maja no tiene pareja? bla, bla, bla. Era como leer mi autobiografía una y otra vez y acabó resultando agotador y decepcionante. Si internet es el gran escaparate del mundo, ¿me habré quedado atascada en la sección de saldos?

Monday, February 06, 2006

... y se hartaron de perdices.

Después de la desmitificación a la que sometí a los príncipes azules en una de mis reflexiones, podría parecer que me he vuelto totalmente escéptica en lo que se refiere a las relaciones y que se ha apoderado de mi el espíritu amargado de las hermanas solteronas de la Cenicienta. Nada más lejos de la realidad. La parte de niña que hay en mi hace que siga creyendo que se puede tener un final del tipo "y fueron felices y comieron perdices". Pero es cierto que nunca nos narraron qué ocurrió después del banquete. De eso ya se encargaría la experiencia de cada uno.

En algunos casos, la princesa descubría que el príncipe roncaba como un león al quedarse dormido después de aquel día cargado de emociones y perdices. En otros casos, la dieta de semejantes avecillas acompañadas de una generosa guarnición hizo que la princesa perdiera su esbelta figura y que su aspecto se fuera asemejando al de un globo sonda, para asombro del ilusionado príncipe. Menos mágicos aún son los casos en los que la princesa se despertaba al día siguiente con el sonoro estruendo de las flatulencias que le habían provocado al príncipe los manjares de la famosa cena. Y, para colmo, inexplicablemente, al príncipe no le habían advertido sobre el cambio de humor que la angelical princesa iba a sufrir en determinados momentos de cada mes, convirtiendo a su amada en un dragón enfurecido. Cosas así no aparecen en los cuentos.

El mundo de los sentimientos sigue siendo un misterio indescifrable. Han intentando analizarlo desde la física y la química pero nadie ha conseguido dar una explicación completa que vaya más allá del flujo de feromonas. ¿Por qué nos enamoramos de alguien? ¿Por qué en ese momento nos convertimos en seres bobaliconamente felices y el mundo parece parar su frenético ritmo cuando estamos al lado de la persona amada? ¿Y, sobre todo, por qué a pesar de todo eso, no todos son felices y comen perdices hasta el fin de sus días?. Ahí es donde entra la parte de desmitificación de la que hablaba. Claro que el príncipe puede acabar roncando, claro que la princesa puede aumentar diez tallas... el problema es que en ocasiones amamos con condiciones o esperamos que la otra persona cambie para convertirse en la imagen de lo que esperamos sin aceptar lo que realmente es. Ahí es cuando el amor deja paso al desamor, a la rutina, al desencanto y cuando en lugar de comer perdices, los príncipes acaban tirándose pepinos a la cabeza.

Hace tiempo que he llegado a la conclusión de que si bien la realidad no siempre coincide con la ficción, prefiero vivir sin la aparente perfección de la fábula. Quiero amar sin condiciones y que me amen como soy. No creo en el amor a medias, no creo en el conformismo, ni en las palabras vacías, ni en los "te quiero" rutinarios y sin sentido. Necesito el amor con mayúsculas, sin reservas, sin mentiras piadosas, sin falsas promesas, con la convicción de que habrá momentos en los que las perdices serán huevos cocidos y duros de pelar pero con la determinación de que se pueden superar esas situaciones si se mantiene la sinceridad y la confianza mutua . Sin caer en arranques de feminismo baratos, creo que en ese terreno las mujeres somos más valientes y más arriesgadas que los hombres (admito las discrepancias).

No sé cómo se escribirá mi cuento particular. De momento, se trata de iniciar una página en blanco, de no dejar que los tachones de las páginas anteriores emborronen la historia, de quererme yo misma para que nadie pueda volver a hacerme sentir desgraciada o insignificante. Y cuando escriba esa página será con la total convicción de que comamos perdices o nos pasemos a la dieta vegetariana, será el la mejor historia escrita hasta ahora porque será real.

Saturday, August 27, 2005

Vacaciones accidentadas

Teniendo esta capacidad para atraer situaciones surrealistas las vacaciones son el momento ideal para que me pase de todo. Hace dos años decidí aprovechar al máximo el tiempo libre del que iba a disponer. Organicé una apretada agenda en la que incluía una visita de dos días a un amigo en Alicante, una semanita en Palma aprovechando el premio de alojamiento gratuito gracias a tener a mi hermano viviendo allí y un recorrido final por el sur visitando también algunos amigos. Esto obligó a mis sufridas amigas de la agencia de viajes a pasar varias horas delante del ordenador intentando combinar vuelos y fechas.

Un día antes de iniciar mi periplo vacacional, me llama mi amigo levantino y me dice que le han enviado a cubrir una noticia fuera de Valencia y que no puede estar allí para cuando yo llegara. Esto alteraba los planes pero era demasiado tarde para poder reorganizar los vuelos así que decido buscar un hotel en Alicante. Empiezo a navegar por internet en una frenética lucha contra el tiempo. Estamos hablando de primeros de Agosto así que, para variar, la situación era tremendamente complicada. A las dos de la mañana consigo tener un listado de unos cuantos hoteles. Al día siguiente por la mañana me pongo a llamar a todos los hoteles. La cosa no iba bien. Ocupado, lleno, no hay plazas, lo sentimos, uy! para esa fecha imposible.... Al final, dos horas antes de irme para el aeropuerto consigo una respuesta afirmativa. Sí! Lo había conseguido. Posiblemente fuera un desastre de hotel pero me daba igual. Era solo para un par de noches y no estaba la cosa para ponerse selecta.

En el autobús de camino al aeropuerto voy repasando mentalmente los planes. Llegaría al aeropuerto de Valencia a la una de la mañana y de allí, un taxi me llevaría al hotel. Un momento... Valencia?. ¿Había dicho Valencia?. Nooooo. Mi vuelo llegaba a Alicante, no a Valencia. Ay Dios! ¿Dónde había reservado habitación? ¿En Valencia? Pero ¿por qué no puedo tener unas neuronas normales?. Vale, tranquila. Esto tiene que tener solución. Llamo inmediatamente a un amigo que sabía que estaba en casa estudiando para sus oposiciones. Le explico la situación. Sus carcajadas debieron traspasar los límites del teléfono móvil y extenderse por el autobús porque todo el mundo me estaba mirando. Le suplico que se meta en Internet y le localice un hotel en Alicante para esa misma noche. Cuando colgué aún podía oirle partiéndose de risa. Llego al aeropuerto, me subo al avión y cuando llego a Madrid para hacer el trasbordo, enciendo el móvil mientras rezaba a quien quiera que fuera el patrón de los imposibles. Emocionada, veo que tengo un mensaje de mi amigo. Hecho. Tengo reserva en un hotel a las afueras de Alicante. No sabía cómo era porque no había foto en la web pero había sido el único donde no se habían reido de semejante petición a esas alturas. Me invadió una sensación de alivio increible. La idea de encontrarme en el aeropuerto a la una de la mañana sin idea de dónde quedarme no me hacía ninguna gracia.

El resto del viaje fue más tranquilo. Ya había desaparecido la sensación de refugiada política. Al llegar, cogí mi maleta y me fui hacia la parada de taxis. Le dí al taxista la dirección del hotel. "¿Queda muy lejos?"- le pregunto. "Bueeno. Unos veinte minutos"- me dice con cara inexpresiva. Me iba a dejar un pastón en el taxi pero me daba igual. Sólo podía pensar en una reconfortante cama donde por fin descansaría después de un día tan agobiante. Empezamos a alejarnos del aeropuerto y poco a poco de todo signo de civilización. Veo delante una carretera estrecha y oscura. ¡Ay Dios!. ¿Dónde me lleva este hombre?. De pronto aparece a lo lejos la luz de una gasolinera. Aquella imagen me tranquilizó un poco. Por lo menos había gente por allí. El taxista me mira por el retrovisor y me dice que se va a parar en la gasolinera para preguntar por la dirección porque no estaba seguro. ¿Cómo no?. No podía ser de otra manera conociendo mi trayectoria. Aprovecho la parada para comprar algo para comer porque imaginaba que a las horas a las que llegaría al hotel no iba a encontrar nada abierto. Le indican la dirección. Estaba a unos cinco minutos de allí. Volvemos a la oscuridad más absoluta que quedó interrumpida al cabo de un rato por unas luces de neón que me dejaron helada. "Que pase de largo, que pase de largo"- pensé mientras cruzaba los dedos. Mi intento fue inútil. Veo que pone el intermitente y se adentra en aquel paraje de sospechosa apariencia. Antes de que pudiera decir nada, el taxista sacó mi maleta y una vez cobrada la tarifa se alejó dejándome sola ante el peligro.

Miré a mi alrededor. No se veía un alma. Apreté los dientes y me dirigí a una puerta que tenía un letrero de "recepción". Como respuesta a mi llamada, en lugar de abrirse la puerta se abrió un ventanuco que había al lado a través del cual sólo podía ver el torso desnudo de un peludo caballero con una enorme cadena de oro colgada al cuello. ¡Aquello no podía estar pasando!. Con voz de pocos amigos (la cara no podía vérsela) me pidió el carnet para hacer la ficha de la reserva. Lo que faltaba. ¿Iría a formar parte del listado de posibles concubinas?. Una vez terminado el trámite me da una llave y me indica el número del bungalow. Había que pasar por un parking donde vi varios coches de alto nivel. Bueno, anda, puticlub pero de calidad. Tras una escrupulosa revisión de la habitación y una llamada a mi amigo para acordarme de toda su familia, consigo quedarme dormida. A la mañana siguiente, me despiertan unos ruidos nada confusos en el bungalow de al lado. Curioso despertador. Me meto en el baño tapándome con la toalla porque justo en el medio había una columna de espejos y mi imaginación ya estaba jugando malas pasadas dibujando en mi mente la imagen de unas cámaras ocultas que harían que en unos días pudiera verme en alguna escabrosa página de internet en plena faena de lavado y restaurado.

Devolví la llave por el mismo ventanuco y salí de allí como alma que lleva el diablo. Al llegar a la carretera recordé que no había rastro de civilización hasta la gasolinera así que la imagen de la nena caminando bajo el sol por el arcén arrastrando la maleta podía ser el fotograma de inicio de cualquier película de Almodóvar. Cuando ante mis ojos emergió la silueta de la gasolinera me entraron ganas de besar el suelo pero el asfalto estaba en fase de ebullición así que desistí. Si además de venir de donde venía llegaba con los labios abultados a lo Esther Cañadas ya me iba a ser muy difícil explicar la situación para poder conseguir un taxi.

Saturday, April 30, 2005

Ducha sin plomo

Hay ocasiones en las que las neuronas parecen ponerse en huelga y te dejan hacer las cosas más insospechadamente absurdas. En mi caso, esto sucede con una frecuencia bastante preocupante. Los que me conocen saben que lo que voy a contar es totalmente verídico (la realidad supera la ficción).

Después de terminar la carrera mi abuelo me obsequió con un flamante Renault Clio al cual aún le tengo muchísimo cariño (lo del primer coche debe ser como lo del primer amor, supongo). Empezó entonces a gestarse mi ya extendida fama de "Fernanda Alonso". Y con el uso del coche amplié los campos en los que mi híbrida personalidad (Bridget Jones-Mr. Bean) podía expanderse con caóticas consecuencias.

Un día, había quedado con unos amigos a la salida del trabajo. Iba con retraso y cuando ya estaba llegando a Gijón, me doy cuenta de que me estoy quedando sin gasolina (el "peque" tenía una sed insaciable). Intento localizar una gasolinera mientras la vista se me va al reloj comprobando que el tiempo se me echa encima. Por fin emerge ante mis ojos la ansiada visión de una hilera de surtidores. Si! Bien! Corre, corre! Me paro detrás de un coche cuyo dueño ya estaba repostando en el surtidor situado delante del que me correspondía a mi.

Me bajo del coche, compruebo que allí no viene nadie a socorrerme (no me gusta nada esta moda de las gasolineras autoservicio) y como tenía mucha prisa decido ponerme manos a la obra. Cojo la manguera, la acerco al depósito y compruebo que le falta un poquito para poder introducirla (esto lo pilla Freud y hace maravillas). Al tirar de la manguera debí apretar la palanca sin querer porque cuando me voy a dar cuenta, la maldita empieza a escupir gasolina a chorros. Quiero creer que fue el susto lo que paralizó mi actividad neuronal porque no se me ocurrió otra cosa que aquello debía funcionar como los vasos comunicantes: si bajo la manguera sale la gasolina y si la subo, deja de salir. Ni corta ni perezosa, levanto la manguera aprentando aún la palanca. La imagen hubiera podido resultar hasta erótica si no hubiera sido porque no era agua lo que me estaba cayendo por encima. Aquello parecía una versión bonzo de la fiesta de camisetas mojadas. Afortunadamente, la impresión de la gasolina cayéndome encima hizo que soltara la palanca, descubriendo que todo el proceso era bastante más básico: si aprietas sale, si dejas de apretar para. Al señor que estaba repostando delante de mi se le salían los ojos de las órbitas, pensando, probablemente, que era una loca peligrosa y que allí íbamos a morir todos.

Intentando mantener la poca dignidad de la que podía hacer acopio tras semejante escena, vuelvo a dejar la manguera en su sitio, me subo al coche y lo arranco mientras rezo para que no saltara ninguna chispa de ningún sitio. Consigo acercarlo un poco más al surtidor y cuando estoy saliendo del coche, un leve movimiento del suelo bajo mis pies me indica que no había puesto el freno de mano. Me lanzo dentro de nuevo y tiro de la palanca mientras veo cómo el señor que tenía delante se mete en su coche y sale corriendo. Respiro hondo, lleno el depósito y voy a pagar. El dependiente de la gasolinera está doblado sobre el mostrador partiéndose de risa. Si no fuera porque en ese momento, el tufillo que desprendía mi ropa me estaba dejando medio colocada, le hubiera respondido algo ingenioso. Poco podía hacer ya para que la situación fuera peor.

Me subí de nuevo al coche y tuve que bajar las dos ventanillas para que aquello fuera aireándose porque el colocón iba en aumento según se iba evaporando la gasolina de la ropa. Mientras me dirigía a casa para poder cambiarme avisé a mis amigos. Llegaría tarde pero mi excusa iba a ser difícilmente superable.

Saturday, April 16, 2005

It's NOT raining men

El otro día volvieron a emitir la película de mi peculiar alter ego: El diario de Bridget Jones. Ante la ausencia de otro plan más interesante (tónica demasiado frecuente últimamente) volví a verla. Sin embargo, en esta ocasión, en lugar de fijarme en los muchos aspectos que tenemos en común, me di cuenta de lo que nos diferencia.

Y es que me pierdo la mejor parte. En mi vida no hay ningún Mark Darcy esperándome en la calle para recompensar mi esfuerzo tras una frenética carrera desafiando el frío, con un largo beso mientras me protege con su abrigo (también es cierto que por muchas situaciones ridículas en las que me he visto involucrada, hasta ahora nunca se me ha ocurrido salir en ropa interior a la calle. A lo mejor voy a tener que planteármelo si las cosas se ponen muy desesperadas).

Sí que ha habido una larga colección de Daniels (personaje interpretado por Hugh Grant), encantadores de serpientes que me hicieron creer, durante diferentes lapsos de tiempo, que yo era realmente especial para ellos. Pero pronto se rompía el encantamiento por varios motivos (muchos de ellos coincidentes con el argumento de la película): o aducían sufrir un ataque de pánico ante la perspectiva de estar enamorándose perdidamente de mi (perdiendo así su adorada individualidad), o la idea de un futuro compromiso les producía de repente una aguda urticaria mental de la que sólo podían librarse huyendo despavoridos sin dar más explicaciones, o aparecía en escena otro personaje femenino relegándome a mi a un papel secundario con una poco favorecedora cornamenta.

Comparto con Bridget la sensación de bicho raro cuando acudo a las reuniones con los que ella denomina "los petulantes", es decir, las alegres parejas. Quiero muchísimo a mis amigos'as pero cuando estoy con ellos no puedo evitar sentirme como la eterna perdedora del juego de las sillas musicales. Cuando llegas a cierta edad y sigues soltera, despiertas en los que te rodean una tremenda curiosidad que les impulsa a formular una y otra vez la pregunta del millón:"Y tú, ¿cómo es que aún no tienes pareja?". En breve, esta cuestión aparecerá en los libros de Historia como uno de los grandes misterios de la Humanidad: el triángulo de las Bermudas, los agujeros negros y mi soltería.

Una amiga mía tiene una peculiar visión de cuál es el problema: la falta de visualización. Dice que tengo que visualizar qué es lo que realmente quiero y creer firmemente que va a suceder. Aparentemente, esta técnica le funciona muy bien cuando tiene que encontrar aparcamiento: visualiza el sitio donde quiere aparcar y lo encuentra. Me temo que no comparto esa postura tan optimista y, aunque la situación del aparcamiento en las ciudades se está convirtiendo en una misión casi imposible, sigo pensando que es mucho más factible aparcar en la mismísima puerta de mi casa que encontrar un hombre con el que pueda hacer realidad esa rima tan poco original del final de los cuentos (lo de ser felices y comer perdices). Y es que no, señoras, NO llueven hombres.

Sunday, March 06, 2005

La nieta descarriada o la memoria de los peces

Mi abuela es un personaje de lo más peculiar. El día en que Dios repartió la mala leche, a ella, que había estado desde la noche anterior haciendo cola, le pilló entre las primeras de la fila, tocándole una de las mayores dosis del reparto. Siempre dije que se podría escribir un libro enterito sobre ella y que haría palidecer hasta la mismísima Bernarda Alba. De todas formas, le guardo cierto cariño. Entre otras cosas porque desde que se murieron mi tío y mi abuelo, entró en una fase entre demencia senil y alzheimer que la ciencia aún no acaba de delimitar.

Los domingos nos reunimos todos para comer en una especie de ejercicio de paciencia que mi padre y yo llevamos con cierta dosis de humor e ironía (única forma de subsistir a la que mi madre aún no le ha pillado el truco). Las conversaciones se convierten en un verdadero diálogo de besugos que no desmerecen en nada al guión de la película cuyo protagonista revive una y otra vez el día de la marmota (los que la hayan visto sabrán de qué hablo). El caso es que para algunas cosas (que no todas) el cerebro de mi abuela hace un reseteado del disco duro cada cinco minutos con lo que todo lo que se haya hablado hasta ese momento, queda en el espacio virtual del olvido. Entramos entonces en lo que yo llamo "bucles" de conversación que te hacen hablar del mismo tema cien veces pero manteniendo la frescura y espontaneidad de lo que no se ha mencionado nunca.

Uno de esos bucles era mi profesión. Un domingo mi abuela comentó:"Oye, nena, que estaba el otro día tomando el café con unas amigas y me preguntaron a qué te dedicabas. Como tengo esta cabeza, no supe explicárselo. ¿Tú que haces exactamente?". Le explico: "Pués verás, estudié Filología Inglesa, hice el doctorado, estuve dando clases de inglés durante más de diez años y desde hace un año y pico trabajo para una editorial". La explicación pareció dejarla convencida. Era un buen curriculum para explicar a sus amigas.

Al domingo siguiente, en medio de una de nuestras conversaciones intrascendentes, la oigo decir: "Oye nena, que estaba el otro día hablando con mis amigas y me preguntaron a qué te dedicabas, pero no supe decírselo. ¿Tú en qué trabajas?". Vale. Demasiada información el domingo anterior. Vamos a simplificarlo. "Pués verás; estudié inglés, di clases durante unos años y ahora trabajo en una editorial". Aha. Esta vez quedaba más claro.

Siguiente domingo, misma conversación intrascendente mientras vamos poniendo la mesa para comer. Ataca mi abuela. "Oye nena, que estaba pensando yo... que es que el otro día estaba con mis amigas y me preguntaron que en qué trabajabas......." Se me atragantó el trago de vino que me estaba tomando. Bien. Habrá que simplificar de nuevo. "Pués verás, daba clases de inglés pero ahora trabajo con libros". Aaaaaah. Ahora está claro.

Pero el bucle no había terminado. Duró dos domingos más en los que había conseguido reducir la información al mínimo. Y llegó un domingo más. Estábamos plácidamente sumergidos en nuestra conversación de siempre, yo apoyada en una esquina de la cocina, con mi copa de vino cuando oigo la voz temblorosa de mi abuela: "Oye, nena.....". NOOOOOO. No podía ser. Otra vez no. Mi cabeza se encargó de darle orden a mi boca antes de que yo pudiera reaccionar. De golpe me oi decir: "Puta, abuela, soy puta. Diles que soy puta". A mi explosión verbal le sucedieron unos segundos de pasmo (los ojos de mis padres se salían de las órbitas esperando la reacción de mi abuela) tras los cuales, ella empezó a reirse a carcajadas y con voz entrecortada por la risa pudimos oirle: "Uy, qué bruta que eres, madre". Carcajada de alivio general.

El caso es que no volvió a preguntármelo más. Siempre me quedará la duda de qué es lo que les contestó a las cotillas de sus amigas cuando le preguntaran a qué se dedicaba su nieta. Si alguna vez dando un paseo me cruzo con una ancianita que me mira con mala cara, ya sabré la respuesta.

Friday, January 28, 2005

¿Quién PISA a quién?

El informe PISA ha sacudido el entorno educativo con una intensidad vesubiana. Los resultados de las pruebas que se realizaron a varios miles de estudiantes de secundaria han arrojado unas conclusiones francamente desoladoras. Los estudiantes no leen, no tienen interés por aprender, no tienen eficacia en la resolución de problemas y sólo aprovechan aquello que les puede ofrecer un beneficio inmediato.

El miércoles por la noche Pedro Piqueras reunía en su programa a un grupo de tertulianos que sometieron este tema a debate. Una vez más contemplo cómo se vuelve a politizar algo tan importante como es la educación de nuestras más tiernas generaciones. Y aparece la religión como manzana de la discordia. Para completar el cuadro me encuentro en internet con la página de una organización que propone un boicot en toda regla contra todas las empresas que conforman el grupo Prisa, una de las cuales es una conocida editorial de libros de texto. Mencionando la intolerancia que ha demostrado el actual gobierno contra la Iglesia católica, se recomienda encarecidamente que ningún profesor utilice textos de la "demoniaca" editorial. ¡Eso sí que es tolerancia!

Nos estamos volviendo locos. ¿Qué importa que ninguna opción política se haya tomado en serio la situación de los profesores, el bajo nivel de los alumnos y la tremenda separación entre familias y escuela? ¿De qué sirven todos los informes Pisa que se puedan realizar si al final volvemos a la guerra por el voto fácil y a las demagogias propias de patio de colegio?

Se merecen un suspenso, señores. Ambas partes: aquellos que buscan el aplauso fácil y borreguil con políticas pseudo-progresistas y aquellos que se agarran a los argumentos más rancios y trasnochados haciendo oidos sordos a los que, manteniendo nuestra fe, intentamos avanzar respetando la pluralidad y la libertad.

Entonemos el "mea culpa" porque seguimos viendo la paja en el ojo ajeno e ignoramos la viga en el nuestro. Dejemos ya de PISARNOS unos a otros.

Wednesday, January 19, 2005

¿Rebelión en las aulas?

"Toda mi infancia obedeciendo a los profesores y ahora que soy profesor, tengo que obedecer a los alumnos. Pero ¿cuándo me toca mandar a mi?". Con esta queja de uno de mis compañeros se resumía un problema que cada vez se hace más patente y que parece estar ahora de moda en los debates televisivos. Los medios de comunicación son los encargados de articular las pautas de lo que está de moda. Las cosas sólo parecen ser evidentes cuando un grupo de eruditos aparecen en televisión exponiendo sus teóricos puntos de vista. ¿Realmente alguien puede mostrar extrañeza por lo que está pasando en las escuelas? ¿Tenemos que presenciar cómo un chaval se tira al vacío porque ya no soporta la situación de abuso para rasgarnos las vestiduras? ¿Pero qué esperábamos?

Cuando unos padres se separan y utilizan a sus hijos como arma de chantaje emocional, todos ponemos el grito en el cielo y criticamos semejante falta de humanidad. Pero asistimos impasibles a que las leyes de educación se conviertan en armas políticas. En los últimos años hemos sido testigos de tal cantidad de cambios en la enseñanza que dentro de poco nos faltarán siglas para denominar la nueva ley de turno. Hemos dejado que el debate recaiga en temas tan demagógicos como insustanciales. Nos reimos del big brother americano que plantea en alguno de sus estados el que se elimine la teoría de la evolución de las especies de Darwin porque los alumnos podrían deducir que el hombre proviene del mono. Y mientras tanto, nadie se ha preocupado de pasarse por los colegios y ver qué es lo que está pasando. Nadie se escandaliza cuando desde hace tiempo se ha abandonado la cultura del esfuerzo, cuando a los jóvenes les estamos bombardeando con multitud de ejemplos de cómo poder ganarse la vida participando en un reality del tipo que sea o proclamando a los siete vientos que se han acostado con el famoso o famosa de turno. Mientras nuestros representantes políticos utilizan la enseñanza como arma arrojadiza y se llenan la boca con ideas como la libertad, el progresismo, etc.., etc... los profesores se encuentran con una situación ciertamente desoladora. No hay motivación, no hay disciplina, no hay interés por aprender. ¿Cómo pueden competir con la cultura del mínimo esfuerzo, del beneficio inmediato, del dinero fácil cuando desde las mismas autoridades se está jugando a disfrazar esa realidad?

El espíritu humanista ya no cotiza. Es mucho mejor crear pequeños autómatas que sean facilmente manipulables. A ver si nos va a dar por pensar y estropeamos el juego.

Friday, December 31, 2004

El fin de los cuentos de hadas

Soy asturiana y tengo 34 años. Esta introducción, que sería más propia en una reunión de alcohólicos anónimos o de cualquier terapia de grupo, encierra en realidad una justificación algo más compleja.

Empecemos por la edad. Pertenezco a esa generación de niñas que se iban a dormir escuchando el cuento de Blancanieves, de Caperucita, de la Bella Durmiente o de Cenicienta. Y en nuestras inocentes cabecitas se iba forjando la romántica imagen del príncipe azul que vendría en su corcel para hacernos felices mientras comíamos docenas de perdices. Debo reconocer que siempre fui algo rebelde y me oponía a la idea de esperar a mi alma gemela mientras hacía punto de cruz o perfeccionaba mis técnicas de perfecta esposa. Nunca me gustaron las labores y desarrollé una necesidad imperiosa de sacarme las castañas del fuego por mi misma sin esperar que ningún aguerrido caballero lo hiciera por mi. Pero también es cierto que dejé que germinara esa imagen romántica de que me despertaran con un beso, de que fuera la más bonita del baile y de que un perfecto caballero fuera capaz de enfrentarse a todo tipo de pruebas para conquistar mi corazón.

Sí, lo asumo. En estos tiempos de feminismo exacerbado, me encanta que los hombres tengan detalles conmigo, que me cedan el paso en la puerta y ñoñeces por el estilo. Pero con el tiempo me he ido dado cuenta de que la historia en realidad tiene un final muy diferente. Si había un príncipe azul destinado para mi, o se quedó por el camino para dejar que su caballo descansara y alguna lagartona le impidió continuar, o llegó tarde a la distribución de animalitos y en lugar de un brioso corcel le tocó un podenco medio agonizante y aún está de camino. Entroncando con la introducción, además de la edad, mencionaba el hecho de que era asturiana. Algunas fueron más listas. Vease el caso de Letizia, que cansada de esperar a que su príncipe llegara a su tierra, se encargó de trasladarse a los alrededores del muchacho para que ninguna lagartona de sangre real le impidiera su objetivo.

Así que, a estas alturas, no espero ningún príncipe. Ni azul, ni blanco, ni negro, ni amarillo. Y lo de besar ranitas verdes para romper un terrible maleficio y conseguir que recuperaran su estado de hombre maravilloso tampoco me ha dado resultado. Después del beso, siguieron siendo ranitas saltando de nenúfar en nenúfar. ¿Me encontraré realmente ante el fin de los cuentos de hadas? Tendré que pedirles explicaciones a mis padres por haberme leido aquellos cuentos. O, quizás, me pondré a releerlos y quizás simpatice con los personajes de las hermanas solteronas o de la verrugosa bruja. Mejor aún; voy a recurrir a mi espejito mágico y preguntarle: "Espejito, espejito. ¿Quién es la más bella y simpática protagonista de un cuento sin príncipes?".

Saturday, December 25, 2004

Frontera escatológica

Para una persona tan dada a las situaciones más inospechadamente catastróficas, un viaje de Inter-rail es una fuente inagotable de anécdotas. Y como me apunto a un bombardeo, no pude dejar la ocasión de meterme en esa aventura mientras pasaba mi último año de carrera en Dublín. Una de las chicas que conocí en la residencia de estudiantes, me propuso hacer un viaje con el bono de Inter-rail durante el tiempo que teníamos de vacaciones en Semana Santa. Y la nena, sin pensarlo, dijo: "Cuenta conmigo". Inolvidable.

Podría escribir un libro con todas las situaciones en las que me vi involucrada durante ese viaje, pero iré poco a poco porque mi mente va mucho más rápida que mis pobres dedos al teclado.

En este caso, nos habíamos subido a un tren que nos llevaba hacia Italia. Estamos hablando de 1992 así que ni euro, ni libertad total de tránsito entre paises, etc, etc... ¡Ay qué mayor que soy!. Para ahorrar algo de dinero, de vez en cuando representábamos la imagen más arraigada de una película de Paco Martínez Soria y nos sacábamos la barra de pan con el queso y la navaja y nos preparábamos unos bocatas impresionantes que suponían la más lujosa comida.

Después de semejante pitanza, a mi me dieron unos apretones irreflenables y me fui disparada al baño. Después de descargar plácidamente un perfecto proceso intestinal, me levanto para tirar de la cadena cuando siento que el tren se para de golpe. Como no está permitido vaciar semejante mercancía cuando el tren está parado, me quedo muy quietecita dentro del diminuto servicio, con los aromas propios de las circunstancias, esperando a que el tren se ponga en marcha de nuevo. Pasaron unos segundos que a mi se me hicieron interminables.

De pronto, oigo unos golpes tremendos en la puerta. Pienso: "Pues vas listo si piensas que voy a salir dejando este panorama; espérate un poco a que pueda arreglarlo". Al poco tiempo, los golpes se hicieron todavía más violentos. Y antes de que pudiera decir nada para calmar a lo que yo creía que era un pasajero en apuros, oigo en una mezcla de italiano con inglés: "¡Politzia! ¡Open la porta!". ¡Dios! ¡Qué marrón! ¿Y ahora que hago yo?.

Resulta que acabábamos de llegar a la frontera y estaban haciendo el control correspondiente. Y, claro, resultaba sospechoso que alguien se hubiera encerrado en el baño. Allí me veis a mi, abriendo la puerta con cara de no haber matado una mosca (para mosqueados ya estaban ellos que pensaban que habían descubierto a un prófugo de la ley). Intenté explicarles la situación pero pronto me di cuenta, viendo sus caras, de que estaba estropeándolo todo porque resultaba tan ridícula como increible. Me empujaron hasta mi compartimento donde mi amiga me esperaba horrorizada preguntándome qué había hecho. A esas alturas, todo el mundo había salido de sus compartimentos y esperaban en el pasillo para ver quién era el peligroso delincuente. Habían hecho subir al tren a los perros para olfatear cualquier mercancía sospechosa. De pronto, uno de los animalitos, empieza a ladrarle a mi mochila. Me quise morir. De pronto me vinieron a la cabeza todas las noticias que había visto en la tele de inocentes muchachas a quienes les han colado drogas en sus equipajes en un momento de descuido. Ya me veía en una desoladora cárcel italiana rodeada de mujeres acusadas de todo tipo de fechorías. Una vez más, mi conexión con Bridget Jones hacía acto de presencia. A pesar del miedo que me dan estos perros, no me quedó más remedio que meterme en el compartimento y bajar mi mochila de la rejilla superior siguiendo las nada amigables órdenes del gendarme. Cada vez que abría una cremallera para vaciar el contenido, el corazón se agolpaba contra mis cuerdas vocales haciendo un lio terrible que apenas me dejaba hablar. Intimidad cero, por supuesto. Mis braguitas, sujetadores, compresas y demás elementos de uso personal quedaron expuestos a la vista de todos los presentes. Hasta que en uno de los bolsillos de la mochila descubrimos lo que llamaba la atención al maldito chucho: ¡una lata de paté!. Me entraron unas ganas de metérsela por el hocico (ya me está quedando esto bastante escatológico como para mencionar otra parte) !!!

Al final los policías se dieron por satisfechos después de la minuciosa revisión y se despidieron sin poder evitar que en su adusto rostro se dibujase una leve sonrisa de burla. Cuando todo el mundo había vuelto a su sitio, me desplomé agotada en mi asiento y una simple mirada hizo que mi amiga se ahorrara cualquier comentario (obviamente aprovechó varios momentos durante el viaje para reirse a gusto de la situación). El alivio que sentí no duraría mucho ya que aún me esperaban otros "incidentes" que describiré pronto.

FELIZ NAVIDAD??

Debo reconocer que en estas fechas me vuelvo un poco Mr. Scrooge (del cuento de Charles Dickens) . Las luces, los adornos, los anuncios de "vuelve a casa por Navidad" me hacen ponerme tremendamente melancólica y me traen a la memoria viejos fantasmas que creía tener bien controlados. Me pongo la sonrisa desde que me levanto para que nadie pueda ver lo que esconde mi apesadumbrado corazoncito. Funciona mejor que cualquiera de los complementos que anuncia el Corte Inglés para lucir espléndida en estas fiestas.

Afortunadamente, el invento de los mensajes de móviles hace algo más llevadero todo el proceso. Tengo uno de los mejores tesoros que cualquiera pueda desear: amigos, buenos amigos que en estos días se toman un momento para mandar un mensaje que me da fuerzas para mantener esa sonrisa mucho más tiempo. Los hay de añoranza: "¿Te he dicho alguna vez que a veces te echo de menos?", los hay tradicionales: "Que este año la magia sea tu mejor traje, tu sonrisa el mejor destino y tu felicidad mi mejor deseo", los hay simpáticos: "Si en las próximas noches un ancianito con barba te coge y te sube en su trineo, no te asustes, es que mucha gente se ha pedido alguien como tú" y los hay subidos de tono pero siempre simpáticos: " Que si paz, que si amor... pues yo para el 2005 te deseo lo mejor: polvos increibles, orgasmos inolvidables, y que curres la mitad pero cobres el triple; casi nada!". En todos esos mensajes percibo el cariño de los que tengo ahí, a mi lado a pesar de la distancia y eso me hace sentirme muy afortunada a pesar de los fantasmas, de la soledad diaria que a veces se convierte en una carga tan pesada. Me devuelven la fe en las personas, en lo que yo siempre he creido y vuelvo a ser yo, la payasa, la de la sonrisa permanente, la que atesora cada segundo del día como si fuera el último.

Digan lo que digan los anuncios y las empresas que se adjudican el copyright de las Navidades, el verdadero espíritu navideño está ahí, en las personas que nos rodean y que siempre están a nuestro lado aunque no las podamos ver tanto como desearíamos. Gracias a todos de todo corazón y ¡FELIZ NAVIDAD!

Friday, October 15, 2004

Ley de Murphy

Hay casualidades que ponen un toque de magia a nuestra aburrida rutina. En esos momentos volvemos a creer en los sueños, en las sorpresas que aún puede depararnos la vida: una llamada de alguien cuando estamos pensando en él/ella, una carta inesperada cuando nos encontramos solos, etc...

Pero también hay casualidades que hacen patente la versión más cruda de la famosa Ley de Murphy. Y, habiéndome presentado como la encarnación viviente de un cruce genético entre Bridget Jones y Mr. Bean, resulto ser un imán irresistible para este segundo tipo de casualidades.

Estaba en el coche, aparcado en una calle de Oviedo. Me disponía a salir cuando me suena el móvil. Tengo la ventanilla abierta porque me estoy fumando un cigarro mientras termino la conversación. Vuelvo a dejar el móvil en el bolso. Veo a un policía en moto que viene en sentido contrario despacio, controlando lo que pasa alrededor. Recuerdo que en una fracción de segundo me dio tiempo a pensar: "Je, je, no me pillas. Acabo de hablar por el móvil pero estoy con el coche parado". Arranco el coche justo cuando está pasando a mi lado. De repente, a todo volumen, brama en la radio una canción que no había oido en mi vida. Con estupor, escucho la letra "Policia asesina, callejón sin salida". A todo volumen. Casi me da un vuelco al corazón. El policía se detiene y se me queda mirando. En medio de un frenético intento por coordinar mis movimientos entre bajar la radio y subir la ventanilla, le dedico mi mejor sonrisa y una subida de hombros. Debió de hacerle gracia el gesto porque después de pensárselo un momento (que a mi me parecieron horas) volvió a arrancar la moto y siguió su camino.

Sólo me faltaba poner una muesca más en mi accidentado historial vital como detenida por las fuerzas de seguridad por subversiva. A ver como explicaba yo que fue culpa de la Cadena 100.

Saturday, September 25, 2004

¿Entiendes?

Esto de Internet es una cosa de lo más curiosa. Ya no lo digo por la posibilidad de contactar con gente que puede estar a kilómetros de distancia, ni por esas páginas de contactos tipo Meetic o Match de las que tengo pensado escribir pronto. El caso es que te puedes encontrar en situaciones de lo más peculiar y, como no, en un capítulo más de mi vida como Mr. Bean, me ha tocado experimentar.

Estaba en la ofi terminando de hacer unas cosas, con esa sensación maravillosa de "¡por fin es viernes!". Abri el messenger para mandarle unas notas a uno de los compañeros que trabaja conmigo desde Cantabria cuando veo una ventana de aviso que solicita mi confirmación ya que un usuario quiere contactar conmigo. Me sorprendió y acepté movida por la curiosidad (algo tan innato en mi, no lo puedo evitar). Se inicia entonces la conversación normal con la ventana del messenger y ese misterioso contacto me dice: "hola, me llamo S" (omitiré el nombre real como en todo lo que escribo). Era una chica. Al principio pensé que podía ser alguna de mis antiguas alumnas que, al ver mi perfil, me había reconocido. Le pregunté que quién era. Me dijo que había visto el perfil que había abierto al inscribirme en el messenger y que se había decidido a ponerse en contacto conmigo. Intentando ser lo más amable posible, le digo que no tengo idea de quien es. Y entonces salta la bomba. Me dice: "Mira, sinceramente, es que he visto tu perfil en un grupo de páginas de internet .... PARA LESBIANAS".

La cara que me quedó en ese momento tuvo que ser digna de foto. Hombre, es cierto que hasta la fecha no he tenido mucha suerte con mis relaciones sentimentales pero aún no me ha dado por cambiar mi orientación sexual. Mis compañeros me preguntaron que qué me pasaba porque me había quedado con los ojos muy abiertos mirando la pantalla. Aún a riesgo del consabido cachondeo, se lo conté. Carcajada general, claro.

En ese intervalo de tiempo, S volvió a escribir diciendo si yo seguía allí. Le digo que sí e intento explicar la situación. "Mira, S. Creo que hay una confusión. Primero porque no soy lesbiana y segundo porque no tengo ni la menor idea de cómo ha ido a parar mi perfil a una página de contactos para lesbianas". Se crea entonces un momento algo embarazoso que yo intento salvar con naturalidad. Intentaba que no se sintiera incómoda y después de tranquilizarla y decirle que no pasaba nada, le desée mucha suerte con su búsqueda. Empezó entonces un diálogo para besugos en el que yo intentaba despedirme con toda la cordialidad de la que era capaz en ese momento y ella se salía por la tangente haciendo caso omiso de mis intentos. A mis frases de "bueno, chica, voy a tener que dejar la conversación porque estoy trabajando" ella contraatacaba con "eres muy guapa, me gustaría conocer chicas como tú". Y al final, la guinda. "¿Qué talla usas?"- me pregunta. Mira tú por donde. Lo que yo consideraba la mayor preocupación de los hombres respecto a las mujeres, resulta que también parecía ser la de S. Antes de que me diera tiempo a reaccionar, me dice "yo, una 100". No sé lo que pretendía con esta observación pero desde luego fue el final de la conversación. Eso sí, no pude evitar una mirada compungida hacia mi pecho y pensar " bueno, hijas, que no os desanime esto, que tanto peso debe de ser malísimo para la espalda".

Saturday, September 11, 2004

Eva vs Adán 2

Aunque para estas reflexiones haya utilizado el título de Eva vs Adán, en ningún momento quiero dar a entender un enfrentamiento entre ambos sexos. No me considero feminista y tampoco estoy de acuerdo con la visión que estas propugnan a los cuatro vientos. Todos los extremos son negativos y de la misma forma que no defiendo la actitud de los machistas tampoco creo que la postura feminista a ultranza sea de ninguna ayuda. Afortunadamente somos diferentes y es esa variedad la que le da "salsa" a la vida por mucho que, en ocasiones, la complicada simplicidad de los hombres desespere a las mujeres y nuestra enrevesada complicación acabe por dejar perplejos a estos.

Vi reflejada esa diferencia en una de mis múltiples aventuras. Estaba trabajando en Torrelavega. Uno de mis compañeros venía conmigo. Teníamos una reunión con la directora de un colegio. De pronto, me doy cuenta de que necesito unos papeles que tenía en el maletero de mi coche. Muy amable, mi compañero se ofrece a ir a buscarlos. Le dejo las llaves y mientras él acude solícito a buscar los citados papeles, continuo hablando con la directora. Al cabo de un rato vuelve triunfante y me entrega lo que había ido a buscar. Con un gesto despreocupado le digo: "Muchísimas gracias. ¿y las llaves?". La palidez de su rostro me hizo presagiar lo peor. Sin apenas decir nada y ante el asombro de la directora y el mio propio, sale del despacho como una exhalación. Estaba claro. Se había dejado las llaves dentro del maletero. Para los que no conozcan el funcionamiento del Ford Focus, diré que tiene doble sistema de cierre. Puedes abrir el maletero sin necesidad de abrir el resto del coche. Lo que hizo mi compañero fue depositar las llaves en el maletero para tener las dos manos libres y buscar así los papeles y una vez conseguido el objetivo, cerró de golpe sin darse cuenta de que las llaves no habían desarrollado la habilidad de pegar un salto para librarse del encierro.

Al ver que tardaba en volver decido dar por finalizada la reunión y dirigirme al lugar donde tenía aparcado el coche. Y allí estaba mi pobre compañero, con el gesto totalmente desencajado y mirando todas las posibles ranuras del coche por donde pudiera encontrar la forma de abrirlo. Iluso. Intento tomármelo de la manera más serena que puedo y analizo la situación: estoy a kilómetros de mi casa (donde se encuentra el otro par de llaves), mi hotel está en Santander, mi maleta (así como el resto de mis cosas) está dentro del coche, son las seis de la tarde y los talleres cerrarían en breve. Pero es que encima no tengo ni idea de dónde está la central de Ford en Torrelavega. Y tengo a mi compañero dando vueltas en torno al coche repitiendo una especie de saeta: "Lo siento, lo siento; soy un desastre; la que acabo de montar, y ahora ¿qué hacemos?". La debilidad del sexo fuerte.

Llamo entonces a otro compañero para ver si le había ocurrido alguna vez algo similar y tras contarle el incidente me sugiere que rompa una de las ventanillas traseras del coche. Estupendo. Ya me imaginaba explicándole al policía: "Que sí, que este coche es mío, de verdad; que le puedo decir lo que hay metido en la maleta". Y una vez que evitara pasar la noche en comisaría tendría que dormir dentro del coche para que el pobre no amaneciera desguazado y vendido por piezas por un simpático grupo de chorizos. Bonita solución me había dado. La mayoría de los hombres (ojo con las generalizaciones que tampoco son buenas) reaccionan de manera inmediata ante situaciones de este tipo. Pero no miran más allá del momento actual. No toman en cuenta las implicaciones o consecuencias. Podría dar muchos más ejemplos pero me extendería demasiado.

En ese momento se me ocurre mirar las placas de los coches que están aparcados en la zona para localizar el número de un taller en Torrelavega. Consigo encontrar un número. Llamo y una amable señorita me dice que eso me lo tienen que solucionar en Santander. Por lo menos, consigo que me de el nuevo número. La contestación que recibo es aún más interesante: "nos tiene que dar el código de la llave". Mire, si tuviera la llave para ver el código no estaría teniendo este problema ¿no le parece?. La voz al otro lado no pareció inmutarse mucho. "Tendrá que llamar a la central donde compró el coche para que se lo faciliten". Como mi coche es de empresa, comienza entonces un rosario de llamadas, con la inestimable ayuda de la secretaria de la oficina en Asturias que me localiza la empresa de "renting" en Madrid hasta que damos con el famoso código. De música de fondo durante todo el proceso, la letanía de mi compañero que hacía de mi coche su particular muro de las lamentaciones.

La historia tuvo un final feliz. Una vez conseguido el código, nos fuimos a toda velocidad a Santander en el coche de mi "compi" a conseguir la copia de la llave del maletero y volvimos con el preciado tesoro a Torrelavega a abrir mi coche y rescatar las llaves. Me despedí de mi compañero que, con una sonrisa que aún reflejaba cierto nerviosismo, me dijo: "no me dejes más las llaves ¿eh?. ¡Qué mal rato!". Jajaja. Si es que en el fondo son un cielo.

Friday, September 10, 2004

Eva vs Adán

No podía dormirme. Así que allí estaba con el mando de la tele, ejercitando mi pulgar con la tecla de avance de programa. A esas horas, tienes pocas opciones. Puedes comprar una estupenda cama hinchable que hará las delicias de tus invitados o un aparatito que milagrosamente elimina la grasa corporal y te deja convertida en una escultural modelo con sólo cinco minutos diarios de ejercicio (con lo que se sufre haciendo abdominales, ¿cómo es posible que en esos anuncios la gente siempre está sonriendo? y, sobre todo, ¿por qué escogen a extras que claramente no necesitan esos aparatitos?). En fin, esto puede ser tema para otra de mis reflexiones.

El caso es que, de pronto, algo llamó mi atención: era el programa del inexpresivo, pero en ocasiones eficaz, señor Punset. Se trataba de un estudio realizado por no sé qué universidad americana en el que se analizaban las diferencias entre hombres y mujeres. A través de una serie de experimentos a los que eran sometidos varios voluntarios de ambos sexos se demostraban parte de nuestras irreconciliables diferencias. El programa ya había empezado así que sólo pude ver parte de esos experimentos.

En uno de ellos se conectaba a los voluntarios a un escaner para analizar sus impulsos cerebrales cuando se les mostraban varias fotografías. En cada una de las fotografías aparecía una persona mostrando un sentimiento (dolor, duda, angustia, alegría, etc...). Mientras que todas las voluntarias identificaban la emoción a penas unos segundos después de ver la fotografía, los hombres utilizaban una mayor superficie cerebral porque primero observaban los rasgos del rostro y luego empezaban a analizar la emoción mostrada.

En otro, se les metía en habitaciones separadas y se les asignaban varias tareas que tenían que realizar en un tiempo de cuatro minutos. Las tareas eran: hacer unas fotocopias, atender una llamada telefónica, escribir una carta en el ordenador, preparar un café y recibir un envío a domicilio cuando sonara el timbre de la puerta. Los resultados eran interesantes. Ninguno de los hombres pudo terminar todas las tareas a tiempo. Las mujeres dejaban la fotocopiadora en funcionamiento mientras abrían la puerta y podían responder el teléfono mientras preparaban el café o escribían la carta. Pero los chicos iban paso a paso. No pudieron realizar varias tareas simultáneamente.

Me pareció un documental de lo más revelador aunque yo, obviamente, ya tenía mi propia opinión al respecto. De momento he sido objetiva y me he limitado a contar lo que vi. En otras reflexiones ya iré aportando mi propia experiencia y mi visión personal sobre esas diferencias que, aunque necesarias (el mundo sería terriblemente aburrido si fuéramos iguales) en ocasiones se tornan bastante frustrantes.

Saturday, September 04, 2004

Bridget Jones y Mr. Bean

Siempre he dicho que soy una mezcla entre Bridget Jones y Mr. Bean. Y aquellos que me conocen bien (que no son muchos) están totalmente de acuerdo conmigo. Cuando leí hace ya tiempo el libro que narraba el diario de Bridget Jones me sorprendió la cantidad de cosas que tenía en común con el perfil de la protagonista: treinteañera, soltera, no sujeta al estereotipo de la mujer perfecta que suele ser común en la mayoría de las películas norteamericanas, buscadora empedernida de la felicidad, coqueta sin llegar a ser obsesiva (conocedora de sus limitaciones), protagonista de una larga lista de situaciones caóticas, etc... Desgraciadamente, el paralelismo se esfuma cuando llegamos al final del libro. Como sucede en gran parte de los relatos ficticios que luego se plasman en una película, toda la historia acaba desembocando en un final feliz. La protagonista consigue el trabajo de sus sueños, encuentra al hombre ideal, bla, bla, bla. Con lo bien que íbamos hasta ahí.

En cuanto a Mr. Bean, la coincidencia se basa en la capacidad que tiene de verse inmerso en situaciones que rozan el límite con lo esperpéntico. Por alguna razón que no llego a comprender, mi vida está salpicada con un montón de episodios dignos de convertirse en guión de la secuela de cualquiera de las dos películas que he mencionado.

Por eso he decidido crear un apartado con el título de "desastres" donde iré comentando esas "pequeñas" aventuras. Cuando se las he contado en persona a mis amigos, hemos compartido un buen rato de risas (siempre he creido que es muy sano reirse de uno mismo) así que si consigo que aquellos que lean este blog esbocen también una sonrisa, habrá merecido la pena.

Monday, August 30, 2004

La tecnología del botijo

Nunca me he considerado muy hábil con el manejo de las maquinitas. Ordenadores, cámaras digitales, DVDs y demás aparatillos suelen darme más de un dolor de cabeza y una desagradable sensación de inutilidad total. Para una persona como yo a la que le suele gustar tener las cosas bajo control, encontrarse en manos de un puñado de cables, bits y conexiones indomables no resulta nada fácil. Y menos en días como hoy en los que esos "adorables" artilugios parecen ponerse de acuerdo para darte el día.

Después de una semana trabajando en un catálogo que debía preparar para mi trabajo, no me queda otro remedio que confiar todo mi esfuerzo a un delicado CD en el que grabé todos los datos. Con el disco en la mano me trasladé esta mañana a la oficina con la satisfacción reflejada en mi rostro por un trabajo terminado y bien hecho. Pero ese entusiasmo pronto se tornó en frustración cuando al intentar abrir el CD en el portátil no me permitió acceder a ninguno de los datos que tenía guardados. No me lo podía creer. Intento entonces mandar un mail para avisar a mis jefes y compañeros del retraso que iba a producir este incidente pero la red desde central se queda totalmente muerta así que no tenemos conexión. Decido entonces ir a tomarme un café para respirar hondo y no caer en la tentación de ponerme a gritar.

De regreso a casa, me tiro derrotada en el sofa con la única intención de vegetar un rato viendo cualquier cosa intrascendente en la tele. El sonido que emitió al encenderla me hizo tener un mal presagio que duró justo los segundos previos al momento en que la imagen desapareciera de la pantalla para siempre. No es que sea una teleadicta compulsiva pero desde hace tiempo tengo la tendencia de encender el televisor cuando llego a casa simplemente por sentir algo de compañía, por evitar el silencio que, cuando no es deseado, no me hace ninguna gracia. Y se hizo el silencio.

Me quedé un rato mirando la pantalla inerte y volvió a mi cabeza una pregunta que ya me había rondado en alguna ocasión: ¿realmente todos estos desarrollos de la tecnología suponen un avance o simplemente es una confabulación para hacernos la vida imposible?. ¿No serían más felices nuestros abuelos con la aparentemente simple pero sabia tecnología del botijo?

Sunday, August 22, 2004

Burbujas y vampiros

El otro día leí un comentario publicado por un amigo mio en su blog particular. Lo que exponía era la capacidad que teníamos las mujeres para percibir lo que él llamaba "burbuja" interior de los hombres. En otras palabras, la atracción que sentíamos por aquellos caballeros que transmitían seguridad, éxito y optimismo.
Intenté rebatirle esta apreciación puesto que no creo que ésta sea una habilidad privativa del genero femenino.

Sí es cierto que, personalmente, he intentado e intento (cada vez con más determinación) rodearme de gente positiva. Lo del concepto de éxito ya es algo más relativo. Para mi, lo realmente importante es no perder ese niño que tenemos dentro y que nos hace disfrutar de lo que nos rodea, hasta de las cosas aparentemente más sencillas. Inevitablemente, eso se transmite y, lo que es mejor todavía, se contagia.

En el extremo contrario están los que yo llamo "vampiros", aquellas personas que tienen la extraña y desagradable capacidad de absorber nuestra energía hasta agotarnos. Por muy buen humor que tengaamos, por muy bien que nos esté yendo el día, el contacto con los vampiros logrará que nos vayamos doblegando hasta verlo todo gris.

Lo que mi amigo llama "burbuja" otros los llaman aura o karma; buen rollito, vamos. No sé si las mujeres lo presentiremos con más facilidad. Puede que nos dejemos llevar más por los sentimientos (reconoceréis, chicos, que vosotros soléis controlarlos más), por la intuición o por el famoso sexto sentido. A ver si vamos a tener que cambiar el guión y en lugar de decir "en ocasiones veo muertos" diremos "en ocasiones veo burbujas".

Pues ¡hurra por esas burbujas positivas y por las personas que nos hacen esbozar una sonrisa!.